-¿ Me prometes no decir más verdades hoy?
- Te lo prometo
-¿ Puedes controlarte un ratito y no ser una terrible sabelotodo?
- Será difícil, pero lo intentaré
- ¿ Puedes posiblemente, y solo digo posiblemente, racionar un poco tu ilimitada fuerza femenina?
- Será necesario
- Entonces, vámonos a la cama.
Mi tía-abuela Louise, de la que heredé el nombre y un collar de perlas falsas con un colgante de oro del que prendía una perlita, esta vez sí, auténtica (muy del espíritu de la dama de la Rue Cambon, por cierto) me confesó, cuando aún yo no me había parado siquiera a mirar el tema, que el matrimonio está lleno de secretos. Y por el matrimonio entiendo la pareja. Pero yo no le eché muchas cuentas a la confidencia porque de momento estaba más inclinada por otras materias: los estudios, mis fantasías, mis clases de ballet, la música, las aventuras de Puck, los piratas y los mosqueteros.
Bastantes años después he recordado aquél comentario. Estar en pareja me parece a veces, si no una misión imposible, una especie de milagro, o un juego de azar. Me refiero, claro, para cierta clase de personas, entre las cuales me incluyo.
Hay que vaciar todo el disco duro de nuestro pensamiento en el cual se han ido grabando archivos que no hemos creado nosotros, y dejar bien limpia y dispuesta la mente para aprender lo que es el amor, y para decidir de qué manera queremos compartirlo. Así lo veo yo. Porque me da la sensación de que si tomas como referencia lo que se te cuenta, lo que se supone que debe ser ( ¿quién decidió qué es lo que debe ser? ), y además te gusta darle unas pocas vueltas a tu cabeza, lo tienes bastante negro.
Bergman siempre me deja buen sabor de boca, pero admito que con su análisis del mundo de una pareja me tuvo bastante inquieta durante un buen rato. Tenía miedo de cómo iba a acabar aquello. Y no por la escena en la que la pareja se zurra a base de bien, principalmente él a ella, todo hay que decirlo ( ¿debo inquietarme porque no fuera ésta la escena que más miedo me diera? ), sino por la cantidad de caminos inesperados, curvas peligrosas, y desvíos perdidos y solitarios en mitad de la nada del viaje que emprenden los dos personajes. Las dos de la mañana y apenas veinte minutos para que acabara la película. Ya verás - me decía esta madrugada - ahora no me voy a poder dormir, me voy a poner a pensar en lo imposible que parece todo, en la confusión universal y en que no existe el amor, y me van a dar las tantas dando vueltas en la cama. Pero no, Bergman lo hizo de nuevo. Me llevó del desasosiego a la calma una vez más. Como en Fresas salvajes, como en Fanny y Alexander...No es que me cuente lo maravillosa que es la vida y las hermosas cualidades que tiene el ser humano, pero me deja siempre la puerta abierta, la luz del pasillo encendida para que pueda dormir tranquila si estoy inquieta. Me cuenta que sí, que de algún modo las cosas son posibles, aunque posiblemente no del modo que me contaron.
Los actores están magníficos. Erland Josephson y Liv Ullman te hipnotizan, no solo con esos diálogos brillantemente ejecutados que te atrapan, sino con los primeros planos de su particular y especial belleza masculina y femenina respectivamente. Y para no ponerme muy pesada, que es viernes, y aunque me guste Bergman, lo que yo estoy pensando ya es que me voy a poner esta noche para ir a cenar al Junk Club, añadiré que el estilismo de la guapísima Bibi Andersson en la cena que casi abre la película es espectacular. El vestido precioso, y la bisutería, très moderne et chic.
¿Y yo qué me pongo? Aprovechando que se estrena una nueva versión de la vida de Mademoisselle Cocó y que quiero ir a verla, podría sacar del baúl las perlas de la tía-abuela Louise...
B. weekend!
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